Nací en Budapest, mientras Picasso pintaba su Guernica.
Mucho me temo que él ni se enteró ... |
A los cuatro años, cuando me sacaron
una muela, el premio por mi llanto
contenido fue un lápiz, un cuaderno
de dibujo y una goma de borrar. No
podía imaginar mi vida sin esos
mágicos instrumentos que me ayudaban
a emprender largos viajes,
entreverados con mis juegos de
soldaditos, bolitas y diálogos con
mi amigo invisible.
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El tema de mis dibujos era la guerra
o batallas de la época de las
invasiones turcas, plagadas de
flechas, fortalezas y pesadas balas
de cañón. La guerra en aquél
entonces me parecía natural,
necesaria, digna de varones
valientes. Yo tenía mi kepis, mi
sable y quería ser un valeroso
húsar. Lejos estaba de imaginarme
que se vivía una de las más
perversas, horribles y criminales
gimnasias colectivas. Presencié como
un hecho natural infinidad de
bombardeos. Las sirenas de alarma
eran la música de casi todas las
noches obscurecidas. Nos escondíamos
en sótanos, en maizales o en las
calles, pero no recuerdo haber
tenido miedo. Estaba asombrado, casi
deslumbrado. Las cosas eran así,
eran los protagonistas de nuestros
días. |
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Una noche de invierno mi
familia de cuatro
integrantes huyó
abandonando todo. El
silencio total, nuestros
pasos sobre la nieve
congelada… y la luna que
teñía todo de azul
profundo. Llegamos a
Austria en tren,
integrantes de una
triste caravana
desconsolada. Nos
quedamos por cuatro
años. Por un tiempo
vivíamos en los lugares
más discímiles, en parajes hermosos, pero en miserables
condiciones: escuelas, gimnasios, carpas, barracas,
granjas, casas campesinas. Terminamos en las montañas,
entre arroyos, pinos y laderas, en un lugar primitivo
pero de fascinante belleza. Durante esos años concurrí a
la escuela primaria. Aprendí el alemán con facilidad,
caminábamos con mi hermano kilómetros interminables a la
escuela ida y vuelta. La presencia de algún vehículo
motorizado era absolutamente impensable. Era peleador,
pero muy buen alumno. Lo que más me gustaba era dibujar,
llenaba cuadernos y cuadernos. Hice un cuaderno
especialmente ilustrado para mi maestro de 4º grado.
Recordar aquellos
momentos es casi una
historia de ciencia
ficción. Había una total
incongruencia entre
nuestras sórdidas vidas
y la geografía que nos
rodeaba. El paisaje era
de ensueño pero la
realidad no era la de
Heidi. Era muy gris, un
aire gris de hambre y
frío, gris de angustias,
gris y color caqui.
Ese era el color de las
gruesas frazadas
militares que las madres
convertían en enormes
sobretodos que nos
llegaban a los tobillos.
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Me guardo de esa
época infinidad
de vivencias
como flashes
imborrables.
Recuerdos de un
chico en
contacto directo
con la
naturaleza, que
intenta con su
hermano pescar
truchas con las
manos, que
reconoce los
frutos y los
hongos
silvestres –
nuestra comida
gratis después
de las lluvias –
el sonido y la
huella de los
animales, los
coloridos brotes
primaverales
asomándose entre
la nieve, todo
lo que la tierra
o su carencia
representaba.
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Nuestra meta era algún
lugar de América, la
tierra de las promesas.
En tren, integrando un
triste enjambre humano,
nos embarcamos en
Génova. Todavía guardo
mis apuntes de Italia,
particularmente los de
un palacio de Turín que
me fascinó y quería
documentarlo. El barco
de transporte de tropa
norteamericano estaba
conformado por una
mescolanza de
nacionalidades. El
entorno era raro,
extraño . Diez y seis
días deslizándonos sobre
una enorme placenta
verde e interminable.
Allí escuché por primera
vez un grupo de jazz, la
música que se ubicó
entre mis preferencias.
Además había comida,
comida gratis. |
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El arribo a la Argentina
representaba un sinfin de
incertidumbres y esperanzas. Para mi hermano y para mi
significó nuestro crecimiento, la lucha por nuestros
sueños. Para mi madrastra Julia, una verdadera madre
para nosotros, todo se reducía a luchar y resignarse
calladamente. Para mi padre, maestro y fotógrafo, el
crecimiento de una nostalgia cada vez mayor, las
dificultades del idioma, la búsqueda de trabajo, la
angustiante pérdida de todo, lejos de su amada Hungría y
su añorada Transilvania. Todo su mundo se diluyó.
Después de algunos amargos días en el Hotel de los
Emigrantes, con mi hermano mayor, fuimos recibidos
generosamente en un internado franciscano en Paso del
Rey. El ambiente era
sumamente devoto, pero cargado de represiones y
prohibiciones. Eramos mirados cómo bichos
raros . Aprendí el castellano a la fuerza en poco tiempo
y me convertí en gringuito para todos y en gitano para
algunos.
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Posteriormente continué en la
escuela industrial textil Juan
Domingo Perón de Don Bosco. Me encontré con un
entorno totalmente diferente y desconcertante. Allí
recibí, después del encierro de los franciscanos, mi
verdadero bautismo de la calle. Al poco tiempo di el
gran salto: entré a la Escuela de Bellas Artes Manuel
Belgrano. Mi madre Margarita, fallecida a mis 4 años,
quería que uno de sus hijos fuera arquitecto, el otro
pintor. Se empezaba a cumplir su deseo, (Años más tarde
mi hermano se pudo recibir de arquitecto.) En Bellas
Artes encontré compañeros de cuya amistad todavía
disfruto, algunos se perdieron en el tiempo, otros
siguen trabajando exitosamente. Lo más valioso eran los
amigos, el ambiente, el intercambio de afectos y
vivencias. Empecé a entender lentamente que el arte
abarcaba todo, que era conducta, cuestionamiento,
ensanchamiento de los límites. Era la época de los
divagues, de los descubrimientos, las discusiones, los
encuentros y desencuentros amorosos. Devorábamos las
exposiciones, a Herman Hesse, Rilke, Kandinsky, Neruda,
Camus, Prevert, Dostoievsky, Herbert Read, Lionello
Venturi y tantos otros. “Un verano con Mónica” irrumpió
con violencia en nuestras vidas. Vivíamos con pasión la
Bergman-manía, Kurosawa,“Hiroshima mon Amour” y la
"nouvelle vague”, nos partieron la cabeza.
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En determinado momento el
estudiantado produjo una movida
importante. Estábamos ávidos de
cambios, de novedades, de
situaciones diferentes. Hubo un
largo período de efervescencias,
propuestas, cuestionamientos,
asambleas interminables,
publicaciones, intervenciones e
inclusive encarcelamientos. Se
consiguieron solamente algunos objetivos, pero
todo este accionar sentó bases
futuras y sin duda alguna, dejó
huellas históricas.
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Durante mis estudios realicé infinidad de trabajos.
Desde peón de albañil hasta aprendiz de tipógrafo,
auxiliar radiólogo, torpe vendedor, laburante en
talleres varios, diseñador y muchas actividades más.
Pero yo tenía otras metas: pintaba y dibujada todo,
TODO, y en mi desvarío juvenil quería morirme joven en
París cubierto de gloria. Por supuesto que también
estudiaba francés, nuestro faro artístico en esos años.
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Terminado el profesorado de la Prilidiano Pueyrredón,
comencé la docencia que abandoné al cabo de algunos años
con bastante pena. Al mismo tiempo trabajaba cómo
diseñador gráfico lo cuál dificultaba bastante mi
actividad plástica. Con mucha culpa, empecé a vivir solo e inicié mi terapia
psicoanalítica. Fui modificando y elaborando mi visión
de la vida y seguía pintando y dibujando con tanta
euforia como dudas. Empezé a intervenir en el medio
plástico a través de distintas presentaciones.
Mi casamiento con Nidia
Pizzi, también
pintora y egresada de la Prilidiano Pueyredón y el posterior nacimiento de
nuestros hijos Pablo y Sebastián, me obligaron a
redefinir mi vida. La familia me ha enriquecido y me ha
enseñado a verla de manera más flexible, tolerante y
realista. |
Aparecieron
deberes,
responsabilidades y necesidades
nuevas. De común acuerdo definimos
que junto a nuestra pasión artística
había que “asegurar la olla”. No nos animamos a
vivir del arte solamente. Con nuestras
experiencias previas formamos un estudio de
diseño gráfico con el cual durante muchos años,
brindamos muy buen servicio profesional.
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Esa época coincidió con un período
político-social, horroroso y
convulsionado de nuestro país. Me
sentía como sándwich apretado entre
los delirios de la patria financiera
y un clima de silencios, sospechas,
dolor y muerte. Sentía,
equivocadamente, que quedaba muy
poco espacio para las “pequeñas
locuras del arte”. Después comprendí
que justamente el arte es lo que
ayuda a contrarrestar tanta
demencia. La realidad se tornó más
dura, nos fuimos haciendo más
escépticos y descreídos. El papel se
convirtió en mi refugio, dibujaba
con intensidad robándole tiempo a mi
familia, a mi sueño y el espacio que
me dejaban mis “obligaciones
laborales”. Era una actividad íntima
y silenciosa que podía iniciar,
dejar y retomar en cualquier
momento.
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El presente me encuentra con muchos
proyectos, con intensas ganas de
realizar, profundizar, tratar de
entender los vericuetos del arte y
su conexión con la sociedad, tan
contradictoria y en ocasiones
absurda. |
El trabajo cotidiano me brinda
placer, lo necesito cómo el aire y
los afectos. Es un espacio de
reflexión constante, de aprendizaje,
de disfrute. Un privilegio que me
brinda la vida. Quisiera
aprovecharla al máximo. |
La
presente nota, con algunas modificaciones, fue
escrita en el año 1988 para el libro Panorama de
la Pintura Argentina Contemporánea,
editada por Galería Jutta Wiegert. A partir del año 2001 me dedico a la
actividad plástica exclusivamente. |